Al poco tiempo de haber llegado a Bogotá, principios del 2018, contraté los servicios de una empresa con la finalidad de que diseñara mi página web, en las primeras de cambio el dueño de la empresa viéndome a los ojos y con una sonrisa me dijo: “vecino te voy a dar un consejo: no des papaya, ese es el mandamiento número once de Colombia”.

La expresión me pareció un tanto graciosa, pero, en esta sociedad, resulta profundamente cierta y para mí, preocupante. En un tiempo mucho más rápido de lo que pude imaginar, entendí con absoluta claridad cuanta razón podía tener esta frase convertida en el mandamiento número once de Colombia.

Ciertamente la esencia del mensaje tiene una buena intención, pretende ayudar a proteger al descuidado. El problema se presenta cuando dicho mensaje es llevado a un extremo y comienza a regir de forma generalizada la mayoría de los contactos de las personas.

Como psicólogo y conocedor del área organizacional me resulta imposible dejar de percibir e interpretar muchos de los eventos que se dan en la dinámica diaria de esta interesante ciudad capital.

Bogotá como ciudad posee grandes atractivos, dispone de una infraestructura de edificios y construcciones de gran belleza, una mezcla entre lo colonial y la modernidad, en líneas generales percibo un importante esfuerzo por mantener la ciudad limpia; en la actualidad, Bogotá experimenta una actividad económica favorable – lo dicen diversos indicadores económicos (Inflación; IED, PIB, entre otros), también posee un gran parque industrial, una muy interesante actividad en el sector turismo, un sector construcción con una actividad menor a la de 3 o 4 años atrás pero considero que nada despreciable. Entre muchos otros aspectos favorables.

Al igual que la mayoría de las capitales, en el tema político existen diversas diferencias, críticas y cuestionamientos entre el partido de gobierno y los partidos de oposición, a mi parecer forman parte del juego de la política.

Por otra parte, Bogotá se caracteriza por tener un clima frio que obliga a sus habitantes a estar permanentemente abrigados. Ver personas con bufandas, sacos y suéter largos, trajes, sombreros, sombrillas, mujeres con botas altas o medias pantys es algo muy normal; considero que esta indumentaria, en su conjunto, hace que se perciba un ambiente de formalidad, de elegancia y hasta de buen gusto.

Con respecto al manejo de las personas, es donde se hace notablemente presente el mandamiento número once de Colombia – no des papaya. Este pareciera ser un mensaje que forma parte de la cultura de la sociedad bogotana.

Como seres humanos, habitantes de cualquier sociedad, crecemos con ciertos valores, los cuales resultan sumamente difíciles traicionar, no son negociables (hay excepciones). Son unas pautas de comportamientos que nos enseñaron desde muy pequeños. Los valores no se adquieren de la noche a la mañana.

Las personas que nos criaron, quienes fueron nuestras figuras de autoridad, nos enseñaron a través de la palabra y muchas veces a través del modelaje, lo que estaba bien y lo que no estaba bien. Por ejemplo, nos transmitieron mensajes como estos: “Estudiar es bueno”, “debes estudiar”, “debes graduarte para que aspires a buen trabajo”; “Dios es bueno, debes creer en Dios y asistir a la iglesia”, “debes tener buenos modales al momento de comer”, “debes casarte por la iglesia y lo que Dios unió el hombre no debe separarlo”, a nosotros los varones “a la mujer ni con el pétalo de una rosa”… Recuerdo que, en mi caso, mi papá siendo un trabajador de la Universidad Central de Venezuela – me decía: “cuando seas grande debes trabajar en alguna dependencia del gobierno para que puedas contar con una jubilación, es la única manera de disfrutar de ese importante beneficio”. Hasta el día de hoy jamás he trabajado para el gobierno.

Estoy completamente seguro que las intenciones de mi papá eran las mejores, él siempre ha querido y actualmente sigue deseando lo mejor para mí. Pero, ¿Qué pasó?, ¿Por qué no le obedecí? Mi respuesta va mucho más allá de la actual realidad asociada al partido de gobierno de Venezuela.

Con mucho respeto y sin restarle autoridad a mi papá, llegué a la conclusión que su recomendación no era lo mejor para mí. Yo no estaba dispuesto a alquilarme durante 25 o 30 años para entonces contar con una jubilación. Yo me atreví a cuestionar su recomendación y entender que, en su momento, en su realidad, esa fue una buena opción para él. No lo critico. Pensé y me centré en la idea de que los tiempos no eran los mismos, mi realidad no era la realidad que a él le tocó vivir y me atreví y tome mi decisión. Hoy a 30 años de mi mayoría de edad, me alegra y celebro haber tomado mi propia decisión.

Este tipo de razonamiento tiene perfecta validez en el contexto organizacional, mi experiencia de 22 años en la consultoría y capacitación me dice que los trabajadores también deberían atreverse a cuestionar ciertas instrucciones y preguntarse, por ejemplo, ¿Por qué mi jefe me dice que haga tal cosa?, ¿Será que si lo hago de otra manera puedo ser más eficiente en el tiempo sin dejar de hacer la tarea? ¿Será que mi jefe pensó en esta otra forma? Voy a consultar a mi jefe para conocer qué tiene en mente y al mismo tiempo compartir las ideas que tengo.

Los jefes y grandes gerentes también pueden equivocarse y se equivocan. No tengo la menor duda que todas las personas con responsabilidad supervisoria podrían ser mucho más efectivos si oyeran y conocieran las ideas de sus trabajadores.

Regresando al tema central, que interesante sería que cada persona en esta sociedad evaluara y llegara a sus propias conclusiones con respecto al mandamiento decimoprimero – No des papaya. Se trata de atreverse a cuestionar, a pensar, a validar según nuestra propia realidad. Si como resultado de ese proceso de evaluación personal, la conclusión es que ciertamente debe ratificarse dicho mensaje, entonces se ratifica. De no ser así, habría que revisar y desmontar algunas creencias y redefinir algunos paradigmas y formas de relacionamiento con los otros.

Al tratar de entender la lógica de ese mensaje, imagino que, existe en quien lo dice un total convencimiento de la naturaleza dañina del ser humano, por lo tanto, con la intención de enseñar a resguardarse y evitarse cualquier daño, los mensajes son del tipo: “La gente es mala”, “cuídate de la gente”, “no esperes nada bueno de la gente”, “si te descuidas te harán daño”; en otras palabras: “Recuerda el mandamiento número once – no des papaya”.

Vivir con semejante angustia debe ser algo desgastante, estar pendiente de encender las alarmas al momento que cualquier desconocido se te acerque o se dirija a ti, debe resultar particularmente agotador. Considero sano pensar y aceptar que en la vida nos sucederán cosas buenas y malas y por más atentos que estemos nos seguirán sucediendo cosas no gratas. Esto no significa que no debamos estar atentos ante cualquier posible amenaza.

Imagino que la mayoría de quienes hoy transmiten ese consejo, lo recibieron de sus padres, de sus figuras de autoridad y hoy pudieran estar repitiendo de forma automática dicho mensaje. Que interesante seria pensar y entender que el contexto político-social donde se desarrollaron muchos de esos padres (Colombia – Bogotá segunda parte del siglo XX) no es el mismo que el de nosotros. Al igual como evolucionó la ciudad con sus grandes construcciones, el contexto nacional, político y social también cambió.

Rafael Arellano.